Estoy hasta la madre de la muerte,
muerte panda y oblonga, vientre loco,
vieja vasija vacilante y vacía.
No tiene techo encima y se cree la muymuy,
no tiene perro que le ladre y ladra
con sus ladridos huecos, con sus hocicos ciegos.
Masa ilógica y bruta,
se pone por costumbre a excavar agujeros
en los cuerpos queridos.
Ella quiere cobrar su derecho de piso
y cobrar importancia,
pero no hay que dejarse: hay por dos,
por doce dioses juntos, que dejarla de lado.
Solamente la vida la detiene.
Todo lo que comienza logra
sofocarla y dejarla de lado.
Y dejarla en el lodo.
Si nadie tiene miedo…
si de verdad no tiene,
si cada pronto muerto estuviera convencido
Si todos entrañaran que seremos el muerto
al que la muerte en realidad
le vale madres y padres y tutores,
la mancha loca perdería territorio.
Las palabras son formas de vencer a la muerte.
Pobre muerte: te aterra que te dejen de lado.
Pero es que sí podemos...
Si conservamos siempre a nuestros muertos
en la memoria piel de sus nombres concretos:
Miguel, Jorge, Ricardo, Dení, Gabi, Conchita,
Y entonces nuestros muertos, los que dije
y los que tú le añadas,
se van a estar sonriendo y platicando
aquí en el acto simple de nombrarlos.
Y nosotros nos vamos y los otros
que agarren la estafeta y que la pasen
y que los nombres todos se nos vayan sumando.
Que cada quien se vaya y que se quede
la pobre muerte viendo gente
que pasa platicando sin hacerle ni caso.
Su dentellada hora se quedará cariada,
la calle desempleada
y la cóncava nada
nada tendrá qué hacer.
Esto se llama vida: que llore la cebolla
y que la muerte pierda su trabajo.
Eduardo Casar
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