martes, 8 de diciembre de 2020

MARTES 8 DE DICIEMBRE DE 2020. DESDE EL CONFINAMIENTO, EDUARDO CASAR.


 Desde el actual confinamiento, la Casa del Poeta "Ramón López Velarde" desea acompañar a sus amigos, colegas y miembros de la comunidad literaria y poética con poemas de amigos de esta Institución.


LA MUERTE HUERFANITA

 Estoy hasta la madre de la muerte,


muerte panda y oblonga, vientre loco,

vieja vasija vacilante y vacía.

No tiene techo encima y se cree la muymuy,

no tiene perro que le ladre y ladra

con sus ladridos huecos, con sus hocicos ciegos.

Masa ilógica y bruta,

la muerte no tiene su madre: ha salido de
nadie,

se pone por costumbre a excavar agujeros

en los cuerpos queridos.

Ella quiere cobrar su derecho de piso

y cobrar importancia,

pero no hay que dejarse: hay por dos,

por doce dioses juntos, que dejarla de lado.

Solamente la vida la detiene.

Todo lo que comienza logra

sofocarla y dejarla de lado.

Y dejarla en el lodo.

 

Si nadie tiene miedo…

si de verdad no tiene,

si cada pronto muerto estuviera convencido

de que su propia muerte no tiene la menor
importancia.

Si todos entrañaran que seremos el muerto

al que la muerte en realidad

le vale madres y padres y tutores,

la mancha loca perdería territorio.

 

Las palabras son formas de vencer a la muerte.

En latiendo se escucha el modo infinitivo de
latir.

Pobre muerte: te aterra que te dejen de lado.

Pero es que sí podemos...

Si conservamos siempre a nuestros muertos

en la memoria piel de sus nombres concretos:

Miguel, Jorge, Ricardo, Dení, Gabi, Conchita,

Enrique, Nelson, Carlos, Gerardo, Víctor
Manuel.

Y entonces nuestros muertos, los que dije

y los que tú le añadas,

se van a estar sonriendo y platicando

aquí en el acto simple de nombrarlos.

Y nosotros nos vamos y los otros

que agarren la estafeta y que la pasen

y que los nombres todos se nos vayan sumando.

Que cada quien se vaya y que se quede

la pobre muerte viendo gente

que pasa platicando sin hacerle ni caso.

Su dentellada hora se quedará cariada,

la calle desempleada

y la cóncava nada

nada tendrá qué hacer.

 

Esto se llama vida: que llore la cebolla

y que la muerte pierda su trabajo.

Eduardo Casar







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