miércoles, 16 de diciembre de 2020

MIÉRCOLES 16 DE DICIEMBRE DE 2020. DESDE EL CONFINAMIENTO, MANUEL DE J. JIMÉNEZ.


 Desde el actual confinamiento, la Casa del Poeta "Ramón López Velarde" desea acompañar a sus amigos, colegas y miembros de la comunidad literaria y poética con poemas de amigos de esta Institución.

Presentamos a Manuel de J. Jiménez.

De Savant

 A veces

miro la ventana y el cristal protege mi pensamiento. Eso pienso, los vidrios se empañan y luego se desempañan. Hay un sonido o una emoción entre lo que se rescata y derrocha en una superficie. Solo algunas veces, cuando las sombras son demasiado corpulentas, escucho los sonidos de los autos que aceleran y desaceleran. Una calle imagino: los domicilios y las personas; las guías sonoras en ebullición; las luces de las motocicletas que se abren y huyen por una franja de la puerta. Escucho más por las tardes, cuando los objetos bajan a la tierra en un sopor macilento. Todos ellos levitan con pequeños puntos de agua, tras una humedad suave y aritmética. Yo puedo mirar los atardeceres desde aquí, descubriendo que el sol se desploma entre ecos mudables. Lo sé por una bitácora secreta: ayer el sol se ocultó con 86 ecos, pero antier lo hizo con 64, el lunes fueron apenas 32. La semana antepasada, sigilosamente, los números eran de texturas totalmente porosas: soles que reposan en aros apolillados. Las calles son algo que solo conozco de noche o después del atardecer. Únicamente en esos horarios puedo salir y sentir la calle sin el cristal. Conjeturo las vidas que se desdoblan allá afuera. Pasadena, de acuerdo con el United States Census Bureau, es una ciudad de 133.936 personas, 51.844 hogares, y 29.862 familias. La media de edad es de 34 años. Por cada 100 mujeres, hay 95.7 hombres. Por cada 100 mujeres de más de 18 años, hay 93.0 hombres. Sin embargo, realizo mis propias estadísticas. No me conformo con estos números, ajenos a la Pasadena de noche, cuando todo descansa. Una ciudad miro: los barrios y las calles; los edificios en construcción; las luces del Colorado Blvd. que titilan hasta llegar a la Renaissance Arts Academy. Yo hago mis cálculos basándome principalmente en las guías telefónicas y los periódicos. Después miro las bandadas en el cielo que asimilan formaciones. Alzan el vuelo o se deslizan en una curva para después posarse en cables y árboles. Cada loro es una voz. En Pasadena, cada loro salvaje aprendió una voz desde el incendio de 1960, cuando escaparon de su cautiverio y copularon por la ciudad. Escucharon a la gente, a familias enteras sin que nadie se percatara. En su memoria diminuta registraron por lo menos algunas palabras. Entonces las conversaciones dadas se pueden reconstruir tomando en cuenta las señales que los loros oían. Repetir love, food, stupid. Repetir más palabras como baby, dog, parrot. Los ripios y las rimas de los loros de Pasadena en medio de la noche, posados en los cables, diciendo tantas palabras que nunca sabré, pero imagino: loro, coro, ignoro. Quizás hay un loro llamándome por mi nombre, remachando las palabras que encierro en el diccionario. Quizás otro reconoce mis resonancias y elabora nuevas palabras con ellas. Loros verdes, envueltos en amarillo, con crestas rojas. Loros o “cotorros”, como decía el abuelo, imitando mi lengua. Voces silvestres, verdes, afuera, entre las ramas.

 Manuel de J. Jiménez





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